Muertos vivientes llenan las calles el primero de enero.
A la ya paliza que es estar una noche entera haciendo cola para guardar un abrigo se le suman las de pedir veneno en un vaso de tubo y vivir situaciones esperpénticas. Con el paso de los años el sofá sabe a gloria. Tomar unos vinos, cena de gala, tripa simpática. Madurar.
En un mundo no muy lejano al que solemos teletransportarnos todas las semanas, se cotiza a la seguridad social por salir de fiesta a según que antros. El convenio colectivo estipula que ocho horas haciendo el ridículo y mendigando cucharita es suficiente. E incluso puede que haya consecuencias penales.
Las colas para vendimiar, cada vez más numerosas, las hacen directoras de banca, consultores y demás arrepentidos que quieren depurar sus miedos, templar su estrés, drenar sus ansias. Colas para podar, vendimiar e incluso clavar postes. La gente sale echa polvo.
Tranquilos, aquí hay hueco para todos vosotros, los perdidos, astiados y vacíos de fe.