Poner carteles en favor del consumo moderado a paisanos que clarean con más de treinta primaveras a sus espaldas, además de ridículo, es ineficaz.
Queremos vicio y libertad. Sentirnos Caligula, nombrar a nuestro caballo cónsul y sacerdote. Deja a ese pobre funcionario encorsetado por sus burócratas maneras de lunes a viernes que se desfoga un poco jugando al futbito los sábados por la mañana que se llene la copa con copete, como si no hubiera mañana; a la pobre consultora que se deja vida y ojos en un Excel que sólo le importa a tres subnormales bailar con sus amigotas del colegio de monjas encima de la barrica. Mañana será otro día y, cuando madruguen a la mañana siguiente, echarán cuentas a quien tengan que echarlas.
La miseria para los miserables. Aquí no. No hay lugar para eso. Nos iremos al otro barrio pero sin arañar cuatro duros que no llevan a nada. Pan y circo sin miedo que estamos de paso aquí.
Hay una filosofia aquí durísima que regatea a los dogmas de las escuelas de negocios: dar un poco más por menos, dar tanto que el que reciba sienta a veces que está hasta robando. No sé si hoy, mañana o nunca esta estrategia cosechará frutos pero por intentarlo que no se diga.