Eau de bodega

Las chavalas galvanizadas con ropas del Shein fueron perfumadas con dulces aromas de haz de sarmiento.

Ellas, según iban pasando las horas y el dulce néctar tinto bañaba sus bocas, se fueron despojando de sus cadenas, de sus grilletes morales construidos por falsos ídolos de barro.

A la hora de la verdad no pedían tristes tacos de zanahoria cruda prestos para ser untados en potito de garbanzos. A la hora de la verdad, cuando hambre y sed llamaban a la puerta, cuando su Eva interior clamaba, sonreían de oreja a oreja a cada tajada de dorada panceta que acariciaba el plato de barro, con cada ristra de chorizos que bailaba lento sobre las brasas, con cada pincho perfectamente ordenado por el astro de Traspinedo y su cuadrilla.

Esta historia se ha repetido muchas veces. La moralina tiene las patas muy cortas: es famélica, endeble y le falta miga. La Lagareta no es perfecta pero está forjada en valores clásicos que como la columna dórica, jónica y corintia resisten al paso del tiempo y sus vaivenes.