Todavía no he encontrado un consumidor de cocaína pidiéndole el análisis técnico a su camello. Aunque lo mismo existe.
El mundo del vino - o al menos el del día a día - disfruta de su endogamia basada en citar datos, características y procesos de escaso recorrido en el placer del consumidor final. Tiene lógica en según qué círculos, ojo, y debe tener peso y criterio en los mismos.
El bebedor de vino es práctico pero no inmóvil. Este, al igual que quien usa zapatos, come pan o conduce un coche, se va sofisticando, va limando su gusto, refinando su paladar. Encuentra por prueba, error e influencia su criterio personal. Un criterio personal - en gran parte - sesgado por su capacidad económica que fluctúa según edad y circunstancias de la vida.
Toda está teoría no existe sin disfrute, sin hedonismo como motor. Puedo forrar cada ladrillo de la pared con fórmulas químicas, teorías, gráficos y cuentas que seguiríais en el mismo punto a excepción de un puñado de técnicos que se regocijan con estas filias.
El que quiera preguntar, tendrá respuestas. Otra cosa es que las quiera interpretar y más aún que quiera creerlas.