En un barrio de Valladolid, donde la gente aún se saluda por la calle y el aire tiene un sabor a funcionario, una cuadrilla se reúne vez que juega el Real Valladolid. La cita no es en cualquier sitio, sino en el único bar donde nos dejan llevar la merienda, donde el clarete se sirve en vasos de chato y las meriendas son sencillas: pan y chorizo. Lo que pasa en el campo poco importa, porque lo que realmente se juega aquí es otra cosa: la complicidad de compartir la misma pena, el mismo amor por un equipo que no deja de decepcionar, pero que, a pesar de todo, sigue siendo nuestro equipo.
"Hoy, como siempre", dice uno, mientras se sirve otro vaso de clarete. "A perder, pero con orgullo." Y entre risas y bocados, la conversación se enreda en las mismas excusas de siempre: que si los jugadores no dan la talla, que si el entrenador no se entera, que si la directiva está más preocupada de vender a cualquier precio. Pero hay algo más grande que todo eso: el convencimiento de que, al final, el Pucela lo vamos a comprar. Porque no importa lo malo que sea, es el equipo de nuestra tierra, y eso, de alguna forma, nos hace invencibles.
Con la copa en alto y el alma por los suelos, la cuadrilla brinda.
pd: Nos ha metido tres el Madrid y sin pena ni gloria la verdad.