Al fútbol lo he odiado mucho tiempo. No por lo que es sino por lo que representa. Pero no puedo dejar al fútbol. Son mis recuerdos, mi infancia, mis trastornos mentales.
Hablo de fútbol pero a decir verdad desde hace mucho tiempo solo me interesa el Pucela. Para mi el fútbol es el Pucela. No el juego en sí. Es el asiento que hace de punto de encuentro con mis amigos cada fin de semana, las previas de café y chupito, las conversaciones banales, una vía de escape. Siento cero apego por los once adobes que corren sobre el césped; pocas veces lo he sentido.
Desgraciadamente mi memoria blanquivioleta tiene aromas de mediocridad, desilusión y pozo. Son veintialgo años de socio bailando sobre los dientes de sierra. Alguna alegría puntual pero el filtro gris pesa demasiado.
Me ha entusiasmado toda la vida abanderar esa personalidad transgresora de luchar contra lo generalmente aceptado como bueno. Dejé de lado las mieles merengues siendo bien pequeño, nunca me entusiasmó el azulgrana. Intento buscar la racionalidad a estos pensamientos propios del Síndrome de Estocolmo pero no los encuentro, no los hallo, ¿Qué hago viendo un Real Valladolid - Eldense en vez de pasear con mi mujer por las Ruinas de Roma?
Creo que a este espacio nunca llegará la inteligencia artificial porque primero tiene que llegar la inteligencia de toda la vida. A pesar de ello, seguiremos bregando.
Tenemos una "peña" que tifa al Pucela, nos juntamos para almorzar, beber algún vino y reírnos de nosotros mismos. Puedes ver aquí los planes.