A la altura de la Estación de Autobuses - en uno de esos barrios abigarrados de ex empleados fabriles y cableados vistos - una de las mecas de la hostelería, de las pocas parroquias íntegras a las que peregrinar, sigue en nuestras memorias.
Regentada por unos hermanos que como autómatas clavaban sus funciones y servían coherencia. El santo grial del despacho de vinos, morro, palometas de ensaladilla y patatas picantonas.
En esta discreta tasca decorada con cajas de las buenas, las de doce, y todo tipo de regalos comerciales de casas vinateras, parroquianos de toda casta apoyaban el brazo en la barra durante horas.
Se echa de menos por su sinceridad, simpatía y coherencia. Ese modelo de hostelería tan vanguardista y laissez faire hacia los parroquianos vetustos. Vino, tapa, cero smartphones, camisas blancas oversize, clásicos entre los clásicos.
Siempre Bar Cubarsa. El antiguo, el de siempre, el nuestro