Siempre creí en una nueva civilización, un nuevo mundo adelantado. Al margen de toda ley, autogestionado, donde no haya más necesidad que el compartir brindis y pan. Ese espacio existe arrinconado y en reposo. Ajeno a todo y todos, se consolida un planeta cercano espacio - tiempo a los años noventa. A una época remota donde los chubasqueros del Pull and Bear que vestían añada tras añada la Technoflash de Aranda se siguen exhibiendo.
Excesivamente multicultural, discretamente apatrida. Un feudo donde mujeres lorzonas embuten sus vicios en suaves faldas de lona para compartir cigars y baile con currantes amarronados que rematan sus días de faena. Estos últimos celebran cualquier mimo. Son muchos días oliendo a pecina por lo que cualquier caricia es bienvenida. Ellas aceptan sus bellas sonrisas, sus limados cuerpos, sus pelazos norafricanos a cambio de un poco de atención.
Este lugar come careta a la brasa, bebe vinos gruesos y se caga en dios frecuentemente al firmar la jubilación. Este mundo es nuestro Hollywood, nuestro Parnaso a orillas del Duero.