De camino a la viña este lunes tranquilo de diciembre acompañan un montón de coches por la carretera general que zumban a toda prisa. Conversaciones monosilabas escupidas desde caras con ojeras.
Las botas llenas de barro pero el polar bañado en suavizante inauguran una nueva semana. Hablamos de las catas de vino, del mundo de los enologos en el trayecto. Curioso cómo en las catas dependiendo de la casa productora hablamos de una virtud o un defecto. Sí el vino es más caro, es virtud, destreza, manual de estilo, los colosos del vino. Si saca un olor extraño la cooperativa, hay que cancelar y sacar del mercado ipsofacto, ¡están matando el mundo del vino!.
"La mayor parte de las catas no dicen nada. Es como el horóscopo zaragozano, siempre aciertan" apunta el compañero. La subjetividad y los mantras encorsan estas ofrendas. Intentamos de todo corazón empatizar con su visión esgrimida desde esa bata blanca y manos limpísimas en vendimia. Puede ser que seamos simples trabajadores del campo que llegada la hora de almorzar nos sabe bueno hasta el agua de la lluvia. O tal vez simplemente ese debería ser el objetivo de un vino: ser bebido.