Vendimiar es como subir al Everest. Gracias a Dios, de momento no hay un montón de pensionistas tope de gama haciendo cola para que les llevemos a cuestas las mochilas con sus archiperres. La sociedad española de facto es un poco eso: una base social asfixiada para que Boomer Boomerez siga amasando euros en la cartilla.
También es de agradecer que el noble arte de corta racimos haga una más que digna función como colador y embudo. Pronto salen del majuelo escaldados vagazos y ecurre-bultos. No se ven muchas operadas con esa cara de influencer estándar tan de nuestra era con sus morros de pato y pinchazos de ácido hialurónico. Tampoco gymbros que se alimentan a base de comida de astronauta. Estas cuadrillas - al menos esta añada - no han aparecido por Jaramiel.
La viña nos iguala, escupe y tambalea. Nos pone en nuestro sitio. Frente a frente doblan el lomo yonkis, universitarios, migrantes, buscavidas, tarados y perdidos en general. Tonalidades diversas de esta sociedad, últimos resquicios de verdad. Cada viaje al remolque, cada sentadilla a la cepa buscando el fallo es un conato de ruptura y lucha frente a un mundo de usar y tirar que inventaría el vendimiar como hobby si algún día desapareciese. Cubo a cubo, racimo a racimo, cada uno va escalando su cima particular.