Un frío que pelaba saludaba al día del patrón. A primera hora - los más currantes de La Lagareta - preparaban el menú carente de miseria. O somos espléndidos o no somos. A la vez, las botellas adornaban trillos y barricas; el sonido se ponía a punto; las máquinas se engrasaban.
Desde varios puntos partían galeras de seres dispuestos a beberse el Duero y menear caderas como si no hubiera mañana. Pintaba de muy señor mío el día. Se dio un claro aviso: el que tenga frío que se arrime. Las brasas se prendían, los amigos hacedores de vino descorchaban sus alhajas. Se daba comienzo a la función.
Los más valientes se atrevían con un "¡Viva San Tirito!". Las chicas maqueadas debutantes - acostumbradas a protocolo y finjir felicidad en antros decorados de bobadas donde te sablan - descubrían un nuevo mundo en cada copa de vino, en cada viaje a los atrases.
Los nuevos y los de siempre se mimetizaban. Estaban siendo bendecidos con pipeta y tajadas por el santo que vela por nosotros. El ambiente se calentaba con fuego de bengala. "Esto es mejor que almorzar con hambre" se oyó de fondo a alguno de esos muchos chavales que de lunes a viernes yacen en Madrid.
Y los magnums se fueron limpiando. Y las canciones se entonaban más. El resto de los detalles que cada uno se los guarde para sus nietos. Otra gran San Tirito que poco a poco se va mejorando. Y ya es difícil. Gracias a los asistentes, currantes y amigos por los cuales hacemos vino.