Sí a la jota y dulzaina

Un día se estudiará el fenómeno de las romerías flamencas que como setas proliferaron en los pueblos de meseta borrando del mapa la identidad basada en jota y dulzaina.

A la estética exagerada de la moda pija de pendientes de perlas y pelos espumados de principios de los 2000 se le suman características que hacen ver a la legua al usuario medio de estos encuentros ecuestres. Ellos, gavilanes de hacendado que pican entre horas algo de fari para poder mantenerse con fuerzas para completar su jornada laboral como comerciales de fitosanitarios; ellas, españolas que madrugan, sueñan con tener un hijo cabezón, vestirle como pinocho el domingo y cepillarse media docena de verdejitos a la hora el vermú. Mucha ciencia aquí.

En el otro extremo, cantautores folk pesadísimos con un cosplay de vendedor ambulante en una Feria Medieval, te pegan unas chaquetas de espanto con sus teorías sobre el mundo y las recetas que aplicarían para solucionarlo.

Lo mucho cansa, lo poco gusta.