Educación de algodón

El mensaje de que el sistema es el enemigo pierde fuelle cuando lo achacas a todas tus desgracias. Hay un corriente muy fuerte en el ámbito pedagógico, el mismo que da a luz a nuestros futuros vignerones, bodegueros y demás engranajes de este mundillo. Ya no valen los aprendizajes del pasado, todo es caduco y hay que adaptarlo a los nuevos tiempos. Los estudiantes sufren un montón porque hay que estudiar y bajar al barro. Debo reconocer que me ha entrado nostalgia cuando he pensado en esos pobres estudiantes de los que se habla. Porque me he visto reflejado en mi etapa más reciente como estudiante - haciendo un ejercicio de retrospectiva - en mi yo universitario: tan tierno e inocente; infatigable y disruptivo; con esas ansias de revolución y cambio que pedían a los cuatro vientos asaltar los cielos.

La corriente actual de adaptar todo al alumno porque se aburre y presenta cuadros de hastío que le hacen arrastrar los pies de lunes a viernes hay que cogerla con pinzas y debatirla con cuidado. Como con todas las decisiones drásticas que se plantean para solucionar un problema o un amago del mismo. Y más en un tema capital para el ser humano de ayer, ahora y mañana. En este caso con un problema que la sociedad crea según va macerando su desarrollo y empieza a ver por el retrovisor aquellos logros, conquistas y luchas que se ven caducas pasados unos años. Claro que me acuerdo de esos pensamientos aplastantes para un joven; en qué hacía entre esas paredes de facultad día sí y día también mientras sumaba cursos a la mochila. Me bailan en la memoria las cifras, datos y efemérides que me permitieron avanzar pantallas según amasaba créditos como personaje de videojuego; tengo opacos recuerdos de muchos de mis profesores y – curiosamente con la contradicción que supone - nítidas imágenes de mis sesudas actividades extraescolares los jueves hasta altas horas.

Me he ido haciendo mayor. Peor aún: me he hecho viejo. No me da rabia haber dejado de ser aquella persona. Es y será parte de mi, con sus logros y miserias. El tiempo, las experiencias y un surtido número de bofetadas de realidad me han empujado a valorar aquellos momentos dándole peso al sistema por más que lo haya repudiado, tiranizado o denigrado. Y no quiere decir que lo acepte - es un drama vivir sin alegría, sin objetivos y sitiándote miserable – simplemente vira el enfoque y encajo piezas que en un cerebro poco desarrollado son islas. Hoy afronto las paredes de facultad con hambre, disciplina e ilusión. Quizá es eso lo que me faltó en aquellas etapas en las que la vida te da todo y no lo sabes valorar hasta que no lo tienes. Madre deja la muda mucho más limpia y clava mejor los guisos.

Siento que vivimos en una sociedad de eterna adolescencia - padres, alumnos y profesores - donde las responsabilidades ya serán. Siempre se puede escurrir el bulto, procrastinar – me han repetido un montón de psicólogos y especialistas que es buenísimo para la salud – poner otro parche al balón y sacudir debajo de la cama nuestra verdad. Nuestros padres viven más y a nuestros abuelos los podemos aparcar en residencias. Es una buena metáfora de nuestra sociedad y como tratamos los modelos educativos.