Te has perdido en un centro comercial de capital de provincia y decides que parte de tu jornal sea invertido en menú de hamburguesa + patatas de una de las tropecientas cadenas nuevas que han abierto con esta temática.
A tu lado está sentada una familia promedio de cuatro miembros. Papá y Mamá mastican una pesada porción de carne envuelta en un pan brioche mientras los monstruitos se dejan las córneas en la pantalla del móvil. Así al menos no dan guerra.
Es fin de semana, el padre miope y algo cheposo también frecuenta la luz azul varias veces durante su festín para asegurarse que ha alineado bien a su once en el fantasy. Gran parte de su felicidad depende de la actuación de un lateral derecho analfabeto y tatuado hasta el cogote que milita en la UD Las Palmas. Frente a él, su esposa con sobrepeso sonríe a la calórica tarta de queso que va a coronar la cita. Están cansados por la rutina, apabullados por el tiempo, rendidos ante la vida.
A su lado cientos de familias etniadas se concentran en estos coloridos ágoras, consumen comida de quinta gama recalentada, pausan su estrés, amasan un nuevo vicio de usar y tirar.
La vida avanza y tú te ves desbordado, fuera de todo. No encajas y sientes que pintas poco allí. Quizá mañana abramos una cadena que sirva clarete y torreznos en los centros comerciales. Podría funcionar.