Como si saliesen de un outlet de ciudad dormitorio iban apareciendo de uno en uno los actores. Disfrazados con una amalgama de ropajes que ayudaban a destacar cuidadas lorzas y barrigas treintañeras, el vestuario cogía color.
Algunos parecía que habían quedado para enfoscar una pared; otros con quince años mentales, con pinta de tener Educación Física a primera y Biología a segunda.
Los primeros impases fueron ridículos en lo técnico pero dignos en lo táctico. Con menos ritmo que un noruego bailando bachata fueron goteando prosperas jugadas que hicieron mover la red de ambos bandos.
En un abrir y cerrar de ojos la función estaba rota. Según el crono avanzaba, el sudor manchaba las camisetas y los golpes afloraban en cuerpos ya poco acostumbrados a estos trotes.
Una jornada solidaria en toda regla para luchar contra algunas causas: gordofobia, calvofobia y discriminación por discapacidad motora.
Siempre bregar.