Un par de papeles

Me siento delante de mi Olympia Traveller a golpear teclas. Así es como sonaría un piano hecho de pistolas si lo aporreara un mono.

Es imposible que me gane la vida con esto, simplemente voy a quitarme el vicio de contar cosas imprimiendo algunas hojas durante unas horas algunos días. Solía ser más obsesivo cuando bebía, sobre todo cuando lo hacía en exceso, y también era más fluido, más imaginativo, se podría decir que incluso talentoso.

Mi talento era el alcohol y mi doctrina el beber.

Ahora sé que es imposible que yo, alguien como yo, saque algo de esto. Acabaré manchando un mono 8 horas al día y dejando crecer mi culo en la silla de una oficina durante las mismas horas. Acabaré rezando por que llegue el fin de semana. Acabaré diciéndome que adoro los viernes, tal y como dice la mayoría, pero la realidad es que odiamos el capitalismo y aborrecemos el trabajo.

Me endeudaré, tendré un coche que no es mío y viviré en una casa que no me pertenece. Los créditos y las hipotecas dirigirán mi vida. Cada cuatro años pondré esperanzas en que algún grupo de jodidos afortunados me saque un poco de la miseria o me suba el salario, pero acabará haciéndome trabajar más por menos mientras se hacen ricos. Como todos cada cuatro años.

No se puede esperar nada de gente como yo, como nosotros. Los más ricos del mundo no han ido a centros educativos públicos ni eran hijos de amas de casas y carteros. Los más ricos del mundo siempre han pertenecido a universidades prestigiosas, clubs de golf y orgías con sábanas limpias.

Los demás somos de yugo y anteojeras. El resto del tiempo dormimos. Con las pocas horas que nos sobran vamos al cine, creemos enamorarnos y formamos una familia. Otros beben más de la cuenta en cambio. Yo ya no sé a qué grupo pertenezco. De lo que estoy seguro es que no soy de los más ricos del mundo.

Me estoy jodiendo de frío.

Guardo la máquina de escribir y ojeo los folios que hay esparcidos por la mesa, el suelo y sobre la cama. Leo algunos extractos.

Tormentas

Está feneciendo el día y el cielo se está enlutando.

Huelo la húmeda nostalgia y la muerte que me asalta.

Las nubes son el crespón sujeto al alfiler blanco.

Cada puntada de luz refulge brillando en plata.

Huelo la tierra mojada del plañir del cielo santo.

Por cada broche de nácar una garza a estruendos grazna.

Se moja el maíz de oro y las perlas de los nardos.

No hay un padre que le rece ni liturgia en que se canta.

Hay charcos de mil naranjos en la tarde de verano

que hoy aquí se está muriendo por el agua que anavaja.

 

 

Miro otro papel. Lo miro con desdén.

 

Zoo Cacofónico

El suave silbido del sisear de la serpiente.

El muy mugroso mugir de muchos bovinos.

El bravo bramar bravío en la braña del toro.

El bajo y basto balar baladí del ovino.

El barroco barritar barroso del elefante.

El crónico cronológico crotorar cronometrado de la cigüeña.

El crónico cronológico cómico croar cronometrado del sapo.

El vivo vocal voraz voluble voznar del cisne.

El cansino cacareo calcáneo escacado cacao de la gallina.

El rugoso ruido ruin rural rudo rugir del león.

El audaz auténtico autóctono aullido ausente del lobo.

El particular parado parisino parpar parlante del pardo pato.

El muscular musical múltiple musitar del mouse o ratón.

El relajado relajante relativo relevante religioso relinchar de la yegua y el caballo.

El llanto amargo del hombre.

 

Cojo todos y mirándolos pienso que no vale la pena. No me van a dar mucho de comer.

Los aplasto y los transformo en un gran amasijo de nieve celulósico. Lo arrojo al hornillo que está al lado de la cama.

Prefiero pasar hambre que frio.

 

Jim Rio